Las dos décadas siguientes a la salida de Pablo Garnica de la presidencia transcurrieron para la entidad con cierta placidez en el negocio bancario pero con mucho menor dinamismo, circunstancia aprovechada con éxito por sus más directos competidores. No obstante, el Español de Crédito realizó operaciones societarias de cierta relevancia, como la adquisición del Banco Coca en 1978. Además, la mayor liberalización en materia bancaria de los años Sesenta, la aprobación de un marco legislativo propio para la banca industrial y el formidable auge promocional de la década en un contexto de fuerte crecimiento económico, movieron a Banesto a constituir una filial especializada en la gestión de sus negocios industriales: el Banco de Desarrollo Económico Español (Bandesco). Y precisamente fueron sus participaciones industriales, así como las complicaciones en la absorción de algunas entidades como el citado Banco Coca o el Garriga Nogués (1986), las causantes de serios problemas para la entidad cuando el ciclo económico cambió y la crisis se instaló en España a partir del primer oil shock en 1973. El punto más bajo en la trayectoria de Banesto se produjo cuando en 1986 presentó una cuenta de resultados con beneficio cero, lo que testimoniaba las dificultades que esta sociedad atravesó en el curso de la crisis bancaria abierta desde 1977.
La necesaria apertura de la economía española ante los desafíos de su integración en la Comunidad Económica Europea iba forzosamente a cambiar el somnoliento ambiente del negocio bancario de las décadas precedentes, basado en la preservación de un statu quo inalterable que permitía el control escasamente competitivo del mercado del crédito por las grandes sociedades nacionales operantes. Los grandes bancos asumieron el necesario empuje que los vientos del cambio propiciaban y una de las primeras señales de ello en el sector fue la fracasada opa hostil que en 1986 lanzó el Banco de Bilbao sobre Banesto, aprovechando la delicada situación que éste atravesaba. Al margen de operaciones como ésta, la necesidad de alcanzar una mayor escala de negocio que permitiera asumir los desafíos de un marco europeo mucho más competitivo tenía como punto obligatorio de destino los procesos de concentración en el sector bancario español.
Esta necesidad de cambio estuvo en la raíz del intento de fusión amistosa entre Banesto y el Banco Central, que se inició con Pablo Garnica Mansi (1909-2002)—hijo de Garnica Echevarría—en la presidencia de aquél, en tanto desde el Central era Epifanio Ridruejo Brieva—hijo del antiguo consejero delegado de Banesto—quien encabezaba las negociaciones como director general. Sin embargo, y pese al clima de cordialidad que caracterizó las discusiones, la deseada fusión no terminó de materializarse cuando en el invierno de 1988-1989 se constataron profundas divergencias de criterio entre las dos sociedades. La desestimación del proyecto se producía ya con Mario Conde a las riendas de la entidad, quien había desembarcado en Banesto junto a su socio Juan Abelló en los momentos más difíciles de la opa lanzada por el Bilbao. El fracaso de la fusión fue contemplado con preocupación por el Banco de España, que había insistido a las partes implicadas en la conveniencia de alcanzar un pronto acuerdo, consciente de las necesidades del sector en general y de Banesto en particular.
Sin embargo, el ascenso de Mario Conde a la presidencia coincidió con un momento especialmente brillante para la economía española como consecuencia del acceso del país a la Comunidad Económica Europea en 1986 y la entrada de un crecido flujo de capitales extranjeros, por lo que los nubarrones que se cernían sobre el Banco Español de Crédito parecían haberse evaporado tan sólo dos años después. Tanto Banesto como Central salían debilitados tras la renuncia a fusionarse, pero en tanto éste alcanzó un acuerdo de concentración con el Banco Hispano-Americano en 1991, la entidad presidida por Conde optaba por continuar su negocio en solitario. Negocio que durante estos años de euforia económica movió a su alta dirección a una cuestionable y desordenada expansión, aceptando clientes de alto riesgo, optando por inversiones poco afortunadas y elevando el coste financiero de su pasivo muy por encima del de sus competidores. Cuando en 1991 el ciclo económico entró en la fase de una severa crisis, los problemas en Banesto reaparecieron con virulencia.
La operación de salida a bolsa del holding Corporación Industrial Banesto, que agrupaba las participaciones empresariales de la sociedad, se vio frustrada por el desplome bursátil que siguió al desencadenamiento de la Primera Guerra del Golfo y sólo pudieron venderse los títulos de mayor calidad. El resto acabó por constituir un lastre para la cuenta de resultados de Banesto, que entre las crecidas provisiones y el elevado riesgo crediticio asumido vio gravemente dañada su solvencia. Ante el deterioro progresivo de la situación, el Banco de España urgió al Español de Crédito a presentar un plan de actuación que incluía un decidido incremento de sus recursos propios. Esta ampliación de capital, que contó con el apoyo de J.P. Morgan, cumplió las expectativas en sus dos primeros tramos, pero cuando en otoño de 1993 se aplazó la tercera fase la autoridad monetaria exigió proyectos adicionales de saneamiento que, finalmente, no lograron obtener la aprobación del supervisor. Para colmo, en el último trimestre de ese año, los inspectores del Banco de España—que llevaban meses sin abandonar la sede de Banesto—detectaron numerosas irregularidades contables, por lo que dado el carácter irreversible de su situación y el riesgo sistémico que implicaba para todo el sector bancario español, el 28 de diciembre de 1993 el Banco de España anunciaba su decisión de intervenir la entidad y sustituir provisionalmente a sus administradores. Al frente del nuevo consejo fue nombrando Alfredo Sáenz Abad, cuyo prestigio se había fraguado en el proceso de saneamiento de Banca Catalana. En poco tiempo, la retirada masiva de depósitos fue frenada y se presentó un programa de reflotamiento que resultó aprobado por el Consejo de Ministros.
El agujero patrimonial de la entidad ascendía a 245.000 millones de pesetas, por lo que la situación del Banco Español de Crédito era sin lugar a duda ninguna de quiebra técnica. El plan de saneamiento de Sáenz implicó una reducción de capital—que se saldó con una minusvalía para los accionistas de 320.000 millones de pesetas—y la toma de posición del Fondo de Garantía de Depósitos por valor de 285.000 millones de pesetas.
Para saber más:
MARTÍN ACEÑA, Pablo (2007): 1857-2007: Banco Santander, 150 años de historia. Turner. Grupo Santander, Madrid.